A veces una siente una emoción crecerle por dentro. Una pequeña lumbre que ilumina y calienta. Entonces, toma algo simple entre las manos, una flor o un pedacito de galleta de nueces y camina hacia alguien que ama. Estira las manos juntas y ofrece el presente (presente: estoy aquí y ahora; soy lo que hay en mi mano extendida hacia ti). A veces sucede que ese alguien también está en presente. Extiende las manos y, sonriendo toma la flor o el pedacito de galleta. Agradece y en el interior de su cuerpo la pequeña lumbre también ilumina y calienta todo. Sus ojos irradian luz y calidez como si fueran las ventanas de una casa acogedora en una noche de invierno. Pero a veces pasa que la persona no está en presente sino rumiando con fastidio el pasado o persiguiendo con ansias el futuro y sigue de largo. No toma ni la flor ni la galleta. O, peor aún, las toma solo para mirarte a los ojos y desde su mezquindad, decirte: no me gustan las flores ni las galletas, ¿por qué no me has regalado un carrito de metal? Y entonces, una siente que la pequeña lumbre oscila por un viento frío que se le ha colado en el pecho. Y teme que se apague. Pero, en ese momento siente también cómo las lagrimas, siempre tibias, corren mejilla abajo y el temblor que eso produce aviva la pequeña lumbre. Siento, se dice. Aquí y ahora, siento. Esto es también un presente. Entonces una mira la flor y sonríe. Y se lleva el pedacito de galleta de nueces a la boca y disfruta. Y se seca las lagrimas. Y vibra.
Julio 2020
Hay otra posibilidad, frente a la mezquindad ajena, y es la fuego abrasador del rencor y la rabia. Alivian también el frío, lo malo es que uno queda en escombros. Me ha pasado varias veces.
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